Prensa Libre

Llegar a Santa Eulalia no fue fácil, no solo por el pesar de su fallecimiento, sino porque había niebla en el camino.

Un momento trascendental de tristeza y también de agradecimiento, de admiración por la vida y meditación ante la partida de un ser amado, sucedió en la última semana de agosto 2024: Fue un hecho que conmovió no solo a nuestra familia, sino al pueblo de Jolom Konob’ —Santa Eulalia Huehuetenango—: Mi abuela Ewul Antun —Eulalia Antonio Díaz— falleció a los 102 años. Su velorio fue en una noche fría y lluviosa, pero con la calidez de una inmensa familia: todo el pueblo de Jolom Konob’ acudió a acompañarnos, a recordar su bondad, a celebrar su vida, de la cual somos herederos nietos y bisnietos. También sobreviven dos de las hijas de Ewul Antun, de cuatro hijos que tuvo. Uno fue mi padre, Marcos Andrés, fallecido en 2022.

Mis tías viven como migrantes en los Estados Unidos, al igual que muchos guatemaltecos que han tenido que dejar su tierra. Quizás es otra de esas herencias que la abuela nos dejó, pues ella también migró —proveniente de San Miguel—, pero en Santa Eulalia, mis ancestros llegaron buscando un nuevo amanecer.

A pesar de sus casi 103 años, la muerte de la abuelita nos tomó por sorpresa. Nos avisaron sus nietas, que estaban a su cuidado. Esperábamos quizá que llegara a los 106 años que vivió su mamá, nuestra bisabuela. Los que pudimos, viajamos día y noche para llegar a su velorio; unos vinieron desde el este de los Estados Unidos, otros desde el centro y también otros del oeste.

 

Más familiares y amigos viajaron a Santa Eulalia, de la aldea Nancultac, y otros desde varios lugares de Guatemala. No fue fácil llegar, pues había niebla en el camino, pero todos queríamos unirnos para decirle adiós a la mujer que siempre trabajó y luchó por sus hijos. Llegamos a medianoche. El frío típico de Santa Eulalia se hacía sentir. Traía a la memoria tantos tiempos, retornos y partidas. En el velorio había desde niños hasta ancianos de 80 años. Inspira que en los pueblos aún se conserva que cuando alguien fallece todos ayudamos a enterrar a nuestros muertos. Todos dan algo para ayudar con los gastos del funeral, aunque sea unas monedas, pero que son un gran esfuerzo de corazón.

Todos lloramos. En algún momento de las honras fúnebres nos dimos cuenta de la dimensión trascendental de aquel momento. Nuestra abuela vivió 102 años y a lo largo de sus años vio tantas realidades, aprendió muchas habilidades, pero sobre todo adquirió una sabiduría que siempre compartía cuando la visitábamos. Nunca estamos listos para decir adiós a una persona tan amada y fundamental.

Algunos nietos ya tenemos canas, pero ella nos miraba como si fuéramos niños. Ahora se ha ido a caminar por el cielo, en donde le esperaban nuestros ancestros: abuelos sabios, curanderos, comadronas, astrólogos, científicos, comerciantes, migrantes y dos de sus hijos.


Ewul Antun también experimentó la migración hacia los Estados Unidos. Llegó a vivir en Los Ángeles California, donde disfrutó de sus hijos y nietos. Pero nuestros ancestros le dijeron que su lugar era en Santa Eulalia, así que regresó. En una ocasión, hace unos 25 años, manejaba por una autopista en mi viejo Toyota Corolla. La fuerza del viento levantó el capó y me bloqueó la vista. Iba a 90 kilómetros por hora. Me asusté. Detrás de mí, sentada, tranquila, iba la abuela. Yo estaba pálido y asustado, pero ella, calmada, me preguntó: “Mi’jo, ¿esto es normal?”. Su tranquilidad me devolvió la calma. Gracias a Dios y a ella logré detener el auto, aseguré el capó y seguimos. 

Estoy seguro de que desde el cielo nos seguirá guiando con la misma serenidad con la que enfrentó su propia vida. Cuando visitábamos Santa Eulalia, Ewul Antun siempre estaba ahí, sonriente, para darnos la bienvenida y también consejos. Hoy no estará más. Ahora nos la llevamos en el corazón.

¡Tai, chicay!

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Marcos Antil
Guatemalteco, maya q’anjoba’l, migrante y emprendedor tecnológico.