Prensa Libre

Si las ganancias del envío de remesas se utilizaran para mejorar la vida de la comunidad y generar oportunidades, el beneficio sería mayor.

Con frecuencia escucho expresiones dirigidas a nuestras familias que reciben las remesas que los migrantes enviamos a Guatemala acerca de que deberían “invertir” o “ahorrar” ese dinero en lugar de “gastarlo”. Hay emprendimientos que quieren ofrecernos “ayuda” para que “aprendamos” a invertir. Como migrante, veo esta crítica como una que no evalúa todos los factores.

La tendencia humana es juzgar sin conocer las circunstancias. Asume cierto aire de superioridad en lugar de analizar con empatía los factores para comprendernos a los migrantes y a nuestras familias, así como el porqué de nuestras acciones.

Las áreas que reciben más remesas siguen con mala infraestructura, educación precaria y servicios deficientes.

Primero, los migrantes nos vimos forzados a salir hacia Estados Unidos debido a la pobreza, falta de trabajo o la violencia criminal. No es fácil llegar y menos aún mantenernos. Estando en el exterior, muchos debemos trabajar en dos y hasta tres empleos, vivir en lugares pequeños junto a otros migrantes para reducir gastos, ahorrar y así poder enviar lo más que podamos a nuestra familia.

Nuestras familias quizá tengan alguna mejora, pero en las comunidades sigue la escasez de trabajo, faltan servicios esenciales y en muchas comunidades se sufre el acoso criminal. Sepan que las remesas que enviamos son principalmente para poner comida en la mesa familiar; de ahí, para pagar deudas (comenzando por la adquirida por el viaje), para pagar estudios de nuestros hijos y tal vez para ayudar a otros familiares. Toca pagar gastos: electricidad, agua, telefonía, mejoras de la casa. A duras penas se paga lo esencial y no queda para “ahorrar” o “invertir”.

Y si hubiera para ahorrar, cualquier economista estará de acuerdo en que una cuenta de ahorro no es “inversión”, los intereses ofrecidos son tan bajos que ni siquiera compensan la inflación. Además, para que la remesa llegue a nuestros familiares, existe un triple pago que suma al menos el 3% del total: la tarifa de envío, la comisión del intermediario y el tipo de cambio. Ayer lunes, por ejemplo, la tasa de cambio fijada por Banguat estaba a Q7.80 por US$1. Los tres bancos más grandes del país estaban comprando entre Q7.58 y Q7.62. Se argumenta que Guatemala ya es uno de los países más baratos para enviar remesas y que si cobrasen menos, no habría negocio. Veamos los números: en 2022, los migrantes enviamos en remesas US$18 mil millones y ese 3% son US$540 millones (unos Q4 mil millones). ¿Es eso poco? ¡No! Es un monto alto y parte de él podría financiar desarrollo para generar mejoras para las comunidades que reciben remesas. Con un volumen de remesas tan alto, hay espacio para optimizar costos de transferencia.

Los 4 departamentos del interior con más beneficiarios son Huehuetenango, con 201 mil; San Marcos, con 140 mil, Petén con 90 mil; Quiché, 82 mil, según datos del Banco Mundial. Estos departamentos siguen teniendo mucha pobreza, pocos servicios básicos, escuelas sin mobiliario y sin maestros, carreteras destrozadas, la salud, ni se diga. Si de esos US$540 millones, la mitad se usara para subsanar alguna de esas carencias, la migración forzada se reduciría. La vía del desarrollo es el camino. Pero los malos administradores en el gobierno no les interesa. Los politiqueros ni lo ven. Los remeseros no lo hacen.

Si nadie lo quiere hacer, se debe crear una alternativa, por ejemplo, un Banco del Migrante —a través de la cual los migrantes podamos ver un desarrollo en las comunidades a donde llegan nuestras remesas—: que podamos invertir parte de lo que enviamos sin que se reduzca el monto de la remesa que recibe nuestra familia. Eso sí sería innovar y funcional, proactivo: ganarían las familias, la comunidad y también los emprendedores que lo impulsen. Un gana-gana para Guatemala.