Prensa Libre

Por amor, padres y madres desafían al temor para generar una oportunidad para sus hijos.

Hace unos días viajé con mi familia a Los Ángeles, California, para celebrar el Día de Acción de Gracias. Fue un viaje especial porque muchos de mis hermanos conocieron por fin a Muwan, que hoy tiene 16 meses. Y nosotros también conocimos a la más reciente integrante de la familia: la pequeña Itzel, de apenas cinco meses, hija de mi hermano menor, Abdías. Él es el único que nació en Estados Unidos —lo cuento en MIGRANTE— el mismo año en que yo llegué a Los Ángeles hace 34 años. Ver a nuestros hijos y sobrinos juntos, creciendo sin miedo, fue una imagen que me llenó el corazón.

Andar por Los Ángeles con mi familia sin miedo; entrar a restaurantes tranquilos y conducir sin ansiedad entre estados es un regalo muy presente que viene del pasado: es la herencia de la persistencia de mis padres. Pero hay muchas familias que aún viven aquel miedo terrible. Lo viví cuando era niño y, para muchos, sigue allí.
En nuestros barrios se sentía —y se siente— la presencia de la migra rondando las calles. Hoy mismo, car washes, panaderías, restaurantes y pequeños negocios donde trabajan miles de migrantes están cerrando sus puertas porque los agentes llegan a efectuar operativos. Otros siguen abiertos, pero con la angustia de no saber si una simple jornada de trabajo para ganar el sustento terminará en una nueva separación familiar.

Hoy caminamos sin miedo gracias a que nuestros padres caminaron con temor ayer.

En los 1980, en medio de ese ambiente, mi mamá se levantaba de madrugada para ir al centro de Los Ángeles, donde estaba la oficina de migración. Hacía fila desde temprano, aguantaba el frío, pedía formularios, preguntaba y buscaba cómo entender trámites complicados. Lo hacía sin hablar inglés y apenas algo de español. Su fuerza venía del amor. Ella sabía que, si no luchaba por abrirnos un camino, nadie más lo haría.
Cada documento que consiguió y cada trámite que peleó en silencio construyó la libertad que mi familia y yo cosechamos hoy. Viajamos sin temor a retenes. Visitamos a familiares en Guatemala y luego regresamos a seguir trabajando. Esa libertad se construyó a base de madrugadas, de sacrificios y de un amor que nunca pidió aplausos.
Doy gracias a Dios por ese amor y pienso en quienes padecen la persecución. En los miles de migrantes que hoy siguen viviendo la angustia de nuestros padres. Trabajan con honradez limpiando casas, en fábricas, construyendo edificios o repartiendo comida, pero ven a todos lados de reojo. El miedo es real, pero más aún el amor a su familia. Ese amor sostiene hogares, sostiene sueños y sostiene a Guatemala.
Las remesas que enviamos —ya más de 21 mil millones de dólares este año— no son simples cifras; son sacrificio y esperanza. Son familias que renuncian a su propia libertad para que sus hijos un día puedan vivirla. Son la base silenciosa de nuestra economía y también el más noble gesto colectivo guatemalteco.
Diciembre no es solo celebración. También es memoria y gratitud. Para mí, es recordar que la libertad que hoy tengo nació del amor de mis padres. Es reconocer que muchos paisanos todavía viven lo que nosotros superamos. Es abrazar con más fuerza a quienes están cerca y honrar a quienes están lejos.
Mi deseo para este diciembre es sencillo: que valoremos siempre el esfuerzo y el temor de quienes hacen posible la paz y el crecimiento de otros. Valoremos a los migrantes de hoy con respeto, gratitud y empatía. Que los migrantes guatemaltecos seamos ciudadanos guatemaltecos de pleno derecho, con voz y voto para elegir a quienes representan a nuestras familias —alcalde, diputados y presidente. Que se nos reconozca con hechos y no con promesas vacías.

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Marcos Antil SoyMigrante.com, Founder - CEO
Emprendedor tecnológico, maya q’anjob’al y migrante guatemalteco. Impulsor de la educación y la transformación digital. Fundador y CEO de la compañía XumaK durante 18 años, con clientes en más de 25 países. Y ahora de SoyMigrante.com, LLC.