A Guatemala la debemos celebrar, agasajar y amar todos los días como lo hacemos con nuestras madres.
En estos días abunda la publicidad que busca persuadirnos de regalarles a las madres. Los centros comerciales se abarrotan de familias enteras reunidas para celebrar. En las escuelas y colegios los pequeños participan en actos y representaciones dedicadas a mamá. Independientemente del fenómeno de consumismo alrededor del Día de la Madre, dedicar un día para celebrar al ser más amado es, en sí mismo, digno e indispensable. El solo hecho de habernos llevado nueve meses en su vientre y cuidar de nosotros desde entonces, educarnos siendo pequeños y aun guiarnos ya mayores, no tiene pago ni recompensa que lo iguale.
”A Guatemala la debemos celebrar, agasajar y amar todos los días como lo hacemos con nuestras madres.” —Marcos Antil
La madre ocupa un lugar trascendental en la vida de cada uno y es un pilar importante de nuestra sociedad. Eso legitima aún más la dedicatoria de un día en especial. Pero también sirva este día para reflexionar sobre la figura de madre. Con esto, quiero referirme a una madre en especial. La madre que todos compartimos: Guatemala. Todas la madres son excepcionales y sin igual. Aun así, siempre habrá quien crea que tuvo la dicha de tener una madre igual de buena que la de otro. Partiendo de ahí, me pregunto si acaso es Guatemala una madre querida y festejada por sus hijos. ¿O es una madre olvidada?
Yo creo que Guatemala es una madre casi en el olvido y poco agasajada por sus hijos como se lo merece. Incluso, muchas veces maltratada, lastimada y despreciada. No hemos sabido corresponder a su bondad y generosidad. Por el contrario, hemos equivocado su confianza. Quizá sea porque preferimos ver hacia otras madres. Será porque nos gusta la sonoridad de los apellidos de afuera. O porque preferimos más lo de afuera que lo propio. Tal vez porque ya casi nos gana la apatía y estamos a punto de sumarnos a los que creen que “aquí las cosas no van a cambiar”. Puede ser que nos esté ganando la indiferencia. Puede ser también que la desconfianza entre hermanos nos esté distanciando.
Quizá no nos hemos dado cuenta, pero el problema no es nuestra madre, sino nosotros. Nos empeñamos en buscar culpables de nuestra situación. Nos excusamos para justificar nuestro acomodo. Esperamos que alguien más cambie la realidad en lugar de comenzar nosotros el cambio. Es momento de abrir los ojos. Tenemos una madre, Guatemala, con gente hospitalaria, grandes riquezas naturales, un clima insuperable, paisajes únicos; ríos, océanos y montañas; tierra fértil que nos regala dos cosechas al año. Múltiples culturas y lenguas. Diversidad biológica y una posición geográfica envidiable.
Es momento de creer en nosotros mismos, en ser una familia donde además de trabajar juntos por nuestro progreso, adueñarnos de nuestras acciones y, por supuesto, de nuestro futuro. Es tiempo de velar por el bienestar de nuestra madre y exigirles a nuestros hermanos que la han vulnerado. Por todo esto y mucho más, debemos sentirnos hijos privilegiados y afortunados. Aprendamos de los niños y niñas que se esmeran en sus presentaciones del Día de la Madre, haciendo que mamá se sienta orgullosa.
A Guatemala la debemos celebrar, agasajar y amar todos los días como lo hacemos con nuestras madres.