Prensa Libre

O nos unimos como guatemaltecos o nos terminan de destruir los extremismos.

A lo largo de los más de 15 años que tengo de haber regresado a invertir y trabajar en Guatemala me he dado cuenta de los grandes rezagos de desarrollo, que han aumentado, gobierno tras gobierno, congreso tras congreso. Y es que, a través del tiempo la ciudadanía guatemalteca sigue doblegada ante los desmanes de los malos administradores del país que cada vez son peores. Ante este deterioro de la política pública sólo hay tres caminos. 

El primero, que la inercia actual de extrema derecha siga y empeore con sus afanes dictatoriales y la misma narrativa de enfrentamiento, y con ella, la corrupción e impunidad para que los mismos sigan robando la educación de nuestros hijos, nuestra salud, nuestros sueños. En esa descomposición seguirán pactando con el crimen organizado para ceder espacios en el Estado. El resultado: que el hambre, la pobreza, la violencia y la migración forzada sigan “imparables”.

Un segundo camino, tan malo como el anterior, es que se imponga la narrativa de extrema izquierda, la cual irónicamente se alimenta de los abusos e irresponsabilidades de la extrema derecha. Aunque apela al pueblo, el extremismo izquierdista solo hará que la pobreza se dispare, porque ataca el aparato productivo. A la larga, se convierte en lo mismo: en una dictadura que no respeta garantías, como ha ocurrido en Nicaragua, en Venezuela, en Cuba.

El tercer camino: nos unimos los guatemaltecos en favor de un movimiento centrado, incluyente, auténticamente ciudadano, responsable, basado en el equilibrio, en el balance y el respeto. Enfocada en competitividad y desarrollo, en despegue económico y respeto a la dignidad del ciudadano. Se demuestra con honradez en el servicio público, calidad en el desempeño y sobre todo, unión. Han sido esas viejas divisiones las que nos han enfrentado y son esas divisiones las que buscan fragmentarnos otra vez.

Los ciudadanos debemos romper la apatía y no permitir nunca más que nos dividan.

Vivimos las consecuencias de un sistema diseñado para favorecer a pactos oscuros que reparten lo que no es suyo: los recursos públicos, los proyectos, el futuro de nuestras familias: los pésimos resultados están a la vista. ¡Cuántos alcaldes, diputados, presidentes y allegados, tan pronto que toman posesión exponen riquezas que no pueden justificarse con su salario! Usan el cargo para asignarse proyectos, que resultan caros y mal hechos. Obsesión de poder, de dinero, de avaricia es lo que se les nota a leguas. Compiten dos, tres, cuatro veces, pero a la larga buscan cobrarse su “inversión” a costa del futuro de nuestra niñez. Y así el sistema se sigue alimentando de esta corruptela y tráfico de favores. Un sistema mercantilista que se alimenta de la corrupción, de la impunidad alimentándose de lo más puro e inocente, nuestros niños… y de nuestra familia, el corazón de nuestra sociedad.

Es un sistema patético que, con nuestros impuestos, con nuestros recursos que tributamos está comprando a muchos políticos actuales para alinearse con ello. Traicionando la confianza depositada en ellos. Personas que venden nuestro futuro—sin ningún afán de servir más que de llegar perpetuar y agravar el daño existente.   

El camino de la extrema derecha lleva a la repetición de promesas incumplidas y camarillas de amigos que se apoderan de lo que pueden, aunque los niños sigan muriendo de desnutrición. El camino de la extrema izquierda lo hemos visto en otros países, anulando los derechos y empoderando a otros grupos intolerantes y separatistas.

La inmensa mayoría de guatemaltecos debemos unirnos para rechazar los extremismos: los que queremos un país, donde nuestras hijas y nuestros hijos puedan ser felices, los que queremos un país donde podamos aspirar a mejoras sin tener que abandonar a nuestra familia o nuestro pueblo. Ante ello, la única condición es romper la apatía, renunciar a la indiferencia y, sobre todo, dejar atrás los extremismos que otra vez quieren distraernos.