Prensa Libre

De nosotros depende hacer de Guatemala un país digno para vivir y heredar.

Para tener el país que todas y todos queremos, el que es digno de heredar a nuestras hijas, hijos, nietas y nietos, requiere del despertar del liderazgo que cada uno de nosotros posee. Ejercer nuestro liderazgo personal genera un cambio de actitud colectiva y cede el paso a la confianza entre nosotros, para dejar a un lado nuestros desacuerdos.

Ser líderes implica identificar las cosas que nos unen y fortalecerlas. Es una forma pacífica de sostener un diálogo abierto que nos lleve hacia una meta común, un bienestar donde todos ganamos. Es el camino para apostarle a nuestra niñez—desde las aldeas hasta las ciudades, llevarles educación de calidad y gratuita. Es la ruta para derrotar, de una vez por todas, la desnutrición crónica. Es la senda para transformar el orden político, derrocar la corrupción e impunidad, garantizar la justicia pronta, y lograr un progreso equitativo. Es la vía más asertiva para que el Estado exista para el bienestar de todas y todos.

Saquemos el líder que llevamos dentro y asumamos nuestro rol en el cambio.

En momentos en que los guatemaltecos nos sintamos superados por la desesperanza y la impotencia ante la profundización de la crisis política, la falta de liderazgo en las decisiones egoístas de poder, la cooptación de las cortes de justicia y el detrimento de las aspiraciones de bienestar común, nuestra bandera del cambio debe ser el liderazgo que habita dentro de nosotros.

Si creemos que debe ocurrir un milagro para que cambie el rumbo de nuestro país, ese milagro ya existe—nosotros existimos. Ese milagro lo llevamos dentro, cada uno de nosotros. Es a partir de la toma de conciencia y el asumir nuestro rol de líderes que podremos empujar la transformación; porque es la suma de nuestros liderazgos individuales lo que propiciará la acción colectiva—una fuerza potente que crea milagros y hace que nada sea imposible de lograr.

Pongamos alma, corazón, optimismo y coraje para lograr un cambio de actitud y convertir nuestras críticas en hechos. Accionemos para que quienes integran los aparatos del Estado sean personas al servicio de la ciudadanía.

No es imposible. Ya lo vimos en 2015, el despertar ciudadano y la reconquista de los espacios públicos, las calles y plazas para demandar cambios, tuvieron sus frutos. Esa experiencia nos dice que, si unimos nuestras voces y energías, y triplicamos o multiplicamos por más la fuerza ciudadana podremos empujar hacia el cambio. Como pueblo, debemos hacernos escuchar rotundamente y dejar claro que los gobernantes de turno deben responder a la voluntad popular.

Aunque no siempre nos demos cuenta, todos somos líderes. Es cuestión de despertar esa fuerza motivadora y asumir nuestro papel. Comencemos con nuestro entorno próximo, en casa, nuestra colonia, aldea o caserío. Luego la fuerza debe llegar a los municipios, centros urbanos, cabeceras departamentales, hasta abarcar todo el país. Seamos nosotros esa onda expansiva de la expresión nacional.

Somos más quienes queremos una Guatemala próspera.

Somos mayoría quienes deseamos un país donde podamos florecer, donde nos podamos realizar sin tener que migrar en busca de sobrevivencia o por la inseguridad; somos más los que anhelamos construir el “sueño guatemalteco”.

Para lograr el florecimiento de Guatemala, el rol de cada guatemalteca y guatemalteco es determinante. A lo largo de la historia hemos resurgido como sociedad, hemos mostrado capacidad de adaptarnos, nos caracteriza la solidaridad, la hospitalidad y resiliencia, y hoy no será la excepción. Despertemos el líder que llevamos dentro de cada uno, unámonos y seamos nosotros quienes marquemos el ritmo del cambio. Nuestro amado país nos necesita.