Necesitamos un «gobierno de transición» para impulsar la transformación democrática.
Sigo el panorama electoral de Guatemala y me cuestiono si hay algo diferente en estas elecciones o si acaso habrá algún candidato o precandidato que plantee una oferta diferente. Encuentro mensajes importantes, pero trillados, repetitivos y reincidentes sobre progreso, “ayuda” para el pueblo, atraer inversión, infraestructura, educación, salud y eventualmente lucha contra la corrupción, que son importantes—de cumplirse, pero que parten de las mismas plataformas y no hay candidato que tiene la credibilidad de llevarlas a cabo, sobre todo bajo las mismas condiciones de cómo se eligen.
La raíz del desencanto que los guatemaltecos hemos vivido cada 4 años con quienes han llegado a la presidencia radica en que las normas electorales favorecen a una política clientelismo en lugar de una política ética y servicio. En pocas palabras, la regla de hoy es: “si votas por mí te doy algo”, o peor aún hay casos de “te doy algo para que votes por mí”, y le abre el portón al financiamiento ilícito o de origen criminal. Al ganar el candidato financiado, estos mismos organismos malignos cooptan al ganador para seguir cuidando sus intereses y no el legítimo interés de la ciudadanía.
Por eso afirmo que si seguimos las mismas reglas del juego con que nació nuestra joven democracia, no podemos esperar que en los próximo cuatro años los resultados sean diferentes o mejores.
¿Qué podría suceder para que cambios profundos se lleven a cabo? Pienso que algún candidato debe hacer lo que hasta ahora ningún otro candidato ha hecho: correr sobre la plataforma de hacer un “gobierno de transición”. Esto significa que al llegar a la presidencia y al Congreso, su único enfoque sería cambiar al sistema electoral e inmediatamente llamar a nuevas elecciones para que nazca una nueva política que no sea clientelista o de favores, para que surjan liderazgos nuevos bajo el don de servir, con visión moderna y futurista. Ese gobierno aspiraría a no durar cuatro años, pues esta sería su primera diferencia. Su único fin debe ser legar a las futuras generaciones un sistema político con reformas profundas al Estado. Con reglas nuevas, sí podríamos esperar autoridades nacionales y locales diferentes.
Quizás sea demasiado soñador el hecho de imaginar que esto sea posible—pero he soñado a una Guatemala donde el desarrollo es para todos. Los sueños no cuestan, pero si extienden nuestra visión, nos muestran lo que puede ser y nos trazan objetivos claros para llegar a lo inalcanzable.
La creación de un mejor desarrollo económico y social en Guatemala no debe seguir esperando. La oportunidad de hacer una propuesta diferente, existe.
Hoy, como ciudadano guatemalteco soñador, quiero retar a los candidatos presidenciales a que se enfoquen en ofrecer un cambio en las reglas electorales, con vocación auténticamente democrática.
¿Quién de los candidatos estaría dispuesto a garantizar un “gobierno de transición”, sin traiciones posteriores?¿Hay alguien dispuesto a anteponer el futuro de Guatemala frente a los intereses electorales y políticos convencionales?
Las últimas reformas a la Ley Electoral fueron incompletas, insuficientes y débiles, porque deben ir atadas a transformaciones de la Ley de Servicio Civil, de Compras y Contrataciones, de los mecanismos de fiscalización, tanto a nivel de la Contraloría General de Cuentas como desde la Ley Orgánica del Presupuesto.
Debe ser una persona íntegra, con una voluntad inquebrantable para comprometerse a dejar de lado el clientelismo, el oportunismo, la prepotencia y el doble discurso. Y cumplirlo, sin excusas ni justificaciones retóricas posteriores. ¿Habrá alguien que se atreva a no traicionar de nuevo a su pueblo?