Siempre recordemos que nuestras raíces son nuestra fortaleza.
Mi querida, Yanushka Lucía:
Hoy, en el Día del Padre 2020, tú aún no escribes, así que yo te escribo esta carta. Quiero decirte que en este año, la lucha por los derechos civiles, contra el racismo y la discriminación aún es sofocada. Pero somos más las personas que nos esforzamos para dejarte, a ti y a los niños, un mejor mundo. Añoramos la equidad y el progreso, y ojalá que, para cuando seas una ciudadana de bien y leas esto, sea una realidad.
Por ahora, lamentablemente muchas niñas y niños de tu edad padecen desnutrición crónica—de los niveles más altos en el mundo, y muchos mueren, como tu tía Juanita que falleció cuando solo tenía cuatro años. Yo mismo, casi muero a esa edad, a no ser porque mamá Lucín luchó con valentía para salvarme la vida.
Este año que la pandemia del coronavirus alteró al mundo, la inequidad fue evidente.
Mientras algunos padres dejaban a sus hijos adolescentes ir a una fiesta irrespetando las disposiciones legales —sin ninguna repercusión— a nuestras hermanas y hermanos indígenas los arrestaban por atrasarse unos minutos en recoger su venta para poder llevar comida a casa. Igual, sin transporte público no hubiese llegado a tiempo. Además, te cuento que los mensajes oficiales de prevención no se divulgan en todos los idiomas que se hablan en el país, a sabiendas de que nuestras abuelas y abuelos son los más vulnerables y no dominan el castellano. Por si fuera poco, el tata Tunku (Domingo en Q’anjob’al), experto en medicina natural, fue quemado vivo hace dos semanas a causa de la ignorancia y los prejuicios.
Hija, a estas alturas de la historia, esto no debería estar pasando. Ya hubo mucho sufrimiento y muerte; muchas lágrimas y sangre derramada. Debimos haber resuelto la discriminación racial. Pero no, porque siendo 2020, los partidos políticos y el Congreso no representan la diversidad del país, y hasta ahora—tampoco— ha habido un presidente indígena.
Pero somos muchos los que creemos que Guatemala puede transformarse y ser protagonista del mundo actual. La tecnología puede fortalecer la educación, esa herramienta poderosa que cultiva la creatividad y el pensamiento critico—. La educación lo cambia todo—para bien. Y para que sea equitativa, su innovación debe comenzar desde las comunidades rurales hasta la ciudad. Sí, es desafiante, pero para resultados extraordinarios, debemos hacer esfuerzos extraordinarios. Tenemos el talento humano para lograrlo. Yendo desde la ciudad se ha tardado décadas para llegar a las aldeas y, en muchas, aún no llega. Un ejemplo es la aldea Cocolá Grande en Huehuetenango—a 17 horas manejando desde la capital, donde yo recolectaba café y cardamomo de niño. No tuvo un instituto básico y ni diversificado sino hasta ahora, gracias a XumaK y Café con Causa. Tienen educación gratuita, pero les falta electricidad y agua potable. Cuando tú la visites, estoy seguro que los jóvenes de hoy la tendrán en ruta de avance.
Se vale soñar en grande—en esta vida, nada, absolutamente nada es imposible.
Mi pequeña Lucín Cuxin, si de algo estoy seguro es que, con perseverancia y arduo trabajo, en esta vida, nada—absolutamente nada, es imposible. Y es por eso, hija, a tus 16 meses de vida, te escribo esta carta con la ilusión de que cuando hayas crecido, puedas ver una Guatemala mejor, sustentada en innovación y desarrollo humano equitativo. Tú me inspiras a seguir aportando junto a otros buenos guatemaltecos, para que tu generación tenga un futuro con bienestar y riqueza equitativa que respete a la Madre Tierra. Nuestra cosmovisión maya revela que el tiempo es circular y no lineal: por eso sé que la grandeza de nuestros ancestros estará de vuelta—beneficiará a la ciudadanía de Guatemala.