Guatemala nos pertenece y transformarla es tarea nuestra, de nadie más.
Es evidente que en las últimas semanas se esté produciendo un reacomodo de las fuerzas del poder en el país —las que venían así por décadas, pero que se vieron trastocadas en 2015 con la ola de protestas ciudadanas y la judicialización de varios casos de corrupción—. Estamos ante un proceso de reversión y ante el riesgo de perder los pocos avances en la lucha contra la corrupción y la impunidad.
Es imposible negar que esta coyuntura ha derivado en un sentimiento de impotencia y desesperanza en buena parte de la población y los resultados no son novedosos: hambre, pobreza, violencia, migración forzada, un progreso inequitativo y un sistema estatal clientelar.
Guatemala nos pertenece y transformarla es tarea nuestra, de nadie más.
“Aquí ya no se puede vivir” o “Lo único que queda es migrar” son expresiones que se escuchan más y más. Claramente no puedo tapar el sol con un dedo, pero es aquí cuando me cuestiono: ¿por qué tenemos que ser nosotros, los ciudadanos honrados, trabajadores y mayoritarios los que tendríamos que sacrificar nuestras vidas e irnos? ¿Por qué tendríamos que ser nosotros los que tengamos que ceder ante los intereses sectarios para mantener el statu quo?
Guatemala, con todas sus contradicciones, sus problemas sociales, económicos y políticos; su institucionalidad débil y una democracia ambivalente, es nuestra. Corre por nuestras venas. Somos una sociedad en camino a la transformación y con la esperanza del florecimiento. Somos un pueblo que ha transitado del autoritarismo y la desesperanza a la euforia de un mejor mañana. Al ver a jóvenes apasionados incursionar en política, decididos a luchar por sus ideales, el rayo de esperanza cae sobre Guatemala. Los jóvenes, nuestras hijas e hijos, me dan fe y esperanza de que no vamos a desfallecer ni ceder ante el enemigo común: la corrupción, la impunidad, el poder paralelo y la hegemonía del orden establecido.
Hermanas, hermanos, conciudadanos todos: a lo largo de la historia le hemos mostrado al mundo nuestra resiliencia, que si algo tenemos los guatemaltecos es la virtud de rehacernos ante grandes desafíos. Somos trabajadores, perseverantes, personas de fe, sobrevivientes. Nos caracteriza la solidaridad y la hospitalidad, pero, sobre todo, esa capacidad de levantarnos con valentía. Si no, veamos al campesino que contra todas las condiciones de extrema carencia sobrevive, al migrante que incluso en un ambiente desconocido se logra adaptar. Veamos a las valientes mujeres que aun viviendo en una sociedad en desigualdad y en condiciones adversas se han logrado preservar.
Podría decir que 2015 fue nuestra gran lección. Si ese año nos logró reunir contra una misma causa sin importar nuestra posición social, económica ni étnica, ¿por qué no creer que es posible volver a convocarnos? ¿Acaso no estamos listos para pasar de la propuesta a la acción?
Planteémonos un mañana más allá de los límites de nuestra visión.
Analicemos nuestro actuar y respondámonos a nosotros mismos si estamos siendo congruentes. Empecemos por dejar a un lado nuestras diferencias y enfoquémonos en los puntos comunes, en construir puentes que nos unan en un proyecto de país concebido en una visión innovadora y fuera del modelo tradicional y caduco de hoy, que pone en peligro nuestro futuro y el de nuestros hijas, hijos, nietas y nietos. Superemos las absurdas divisiones que nos fijan de un extremo a otro.
Planteémonos un mañana más allá de los límites de nuestra visión. Visualizamos un país con progreso equitativo, libre de pobreza, hambre, desnutrición y violencia, sobre la base del Sueño Guatemalteco, ese sueño que nos permita a cada uno florecer. ¡Unámonos! Guatemala es tan mía como de ustedes; es nuestra, nos pertenece. Transformarla es tarea nuestra y de nadie más.