Nunca se me ha olvidado esa mezcla entre angustia y felicidad dibujada en sus rostros.

Recuerdo con perfección aque- lla mañana fría de abril, hace más de 20 años, cuando Andrés y su esposa Petrona —Pety, de cariño—, llegaron a Los Ángeles, California. Nunca se me ha olvidado esa mezcla entre angustia y felicidad dibujada en sus rostros.

Llegaron de la misma manera que yo —seis años antes—: indocumentados. Sin embargo, yo tuve mejor suerte, porque ellos iban pálidos, con la ropa desgastada, adelgazados, hambrientos y “muertos del miedo”. Les había tocado cruzar todo México por tierra y pasar por lugares peligrosos.

“Si tienes un sueño tienes que protegerlo. Las personas que no son capaces de hacer algo te dirán que tú tampoco puedes. Si quieres algo ve a por ello y punto.” – Will Smith.

Aun así, por encima de cualquier sufrimiento que les tocó pasar, pude ver en sus ojos esa chispa de fe y esperanza. Soñaban con poder heredar a sus hijos, que un día deseaban tener, una mejor vida.

Iban recién casados, muy jóvenes. Originarios de Santa Eulalia, Huehuetenango, provenientes de una familia de carpinteros. Como muchos guatemaltecos, eran de baja escolaridad. Ella cursó hasta tercer grado primaria y él había logrado hasta sexto.

Luego de algunos días, ambos encontraron trabajo —después de endeudarse con gastos de la ‘escuela’ donde aprendieron a usar máquinas de coser—. Durante días y noches trabajaron en fábricas de costura, en donde muchas veces no les pagaron, y muy a menudo no recibían ni el salario mínimo.

Tuvieron a sus hijos, pero en un entorno como el de EE. UU. no es fácil criar niños; debieron trabajar el doble. Se enfocaron, más que en darles riquezas, en procurar que sus retoños tuvieran buena educación; dedicarles el tiempo necesario, guiarlos y animarlos a enfrentar la vida desde su ejemplo.

Como resultado de su entrega, sus tres hijos, un varón y dos señoritas, son beneficiarios de becas completas otorgadas por las mejores universidades de California. El primogénito, que estudia Ciencias de la Computación, fue becado por la UC Berkeley (University of California, Berkeley); la hija de en medio obtuvo una beca de la UCLA (University of California, Los Ángeles); y la menor fue becada en la USC (University of Southern California) —ambas estudian Medicina—.

Vino a mí este recuerdo por haberme encontrado el fin de semana pasado con Andrés y Pety. Aquellos rostros llenos de incertidumbre y anhelos a la vez, de esa fría mañana de abril, hace 21 años, ahora dibujaban alegría y satisfacción.

Con esfuerzo y persistencia, la pareja ha ido logrando lo que un día se propuso. Cierto que a veces le toca pasar aún dificultades financieras, pero humanamente ha logrado lo que tantos padres sueñan, ya sea en EE. UU. o en Guatemala. Andrés y Pety tienen dificultad con el inglés a pesar de tantos años de vivir en EE. UU., pero tanto trabajo no les ha dejado tiempo de estudiar la gramática, además de que el español no era su lengua materna.

Increíblemente, un cuarto de siglo después, las condiciones sociales y económicas de Guatemala aún obligan a muchas personas a emigrar en busca de un mejor futuro, lo que constituye un desafío para el Estado y para los empresarios, que deben generar mejores condiciones de desarrollo.

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Marcos Antil
Guatemalteco, maya q’anjoba’l, migrante y emprendedor tecnológico.