Prensa Libre

Debemos enseñar a las nuevas generaciones a cuidar y a proteger el patrimonio cultural.

Si hay algo de lo que podemos estar orgullosos los guatemaltecos respecto de nuestro país, estando dentro o fuera, es de su riqueza cultural, arqueológica y natural. No es para menos, es nuestro principal referente y un patrimonio que nos ubica en el mapa mundial.

Si no todos, quizá la mayoría de nosotros hemos visitado más de algún sitio arqueológico u otros destinos turísticos que forman parte del patrimonio cultural de nuestro país. No me dejarán mentir que uno no deja de maravillarse por lo que ve, así sean las veces que se vuelve a los sitios.

Sin embargo, también es cierto que no deja de causar tristeza y preocupación la poca consciencia que muchas veces tenemos los propios visitantes respecto del deterioro de los monumentos patrimoniales. Muchos ni siquiera pensamos que su cuidado y protección es responsabilidad de todos.

A lo mejor pensamos que con haber pagado nuestra entrada a los lugares basta para que otros se encarguen de la preservación.

Como seguramente muchos han notado, en cada sitio arqueológico que se visita es fácil observar en los monumentos pintas, dibujos, frases o palabras escritos con lapicero o marcador. Confieso que siendo adolescente alguna vez escribí mi nombre en árboles o las paredes de la casa. Para entonces me parecía algo inocente y divertido.

Hoy comprendo la dimensión del daño que cometemos con estos actos que, por lo general, son realizados por niños y jóvenes. Muchas veces en presencia de adultos, que igualmente lo toman como broma y sin importancia.

Aunque casi siempre hay señales de advertencia o recomendaciones sobre cuidados en los sitios, estos por lo general son ignorados. Por un lado, pienso que si bien esto no es suficiente, porque hace falta mayor inversión para el resguardo del patrimonio, también es hora de dar nuestro aporte apoyando en la formación, educación y concientización de nuestros hijos sobre nuestra responsabilidad de preservar estos recursos.

Los sitios arqueológicos representan un importante atractivo para los turistas y ello contribuye en la generación de divisas, además de redundar en oportunidades de empleo e ingresos para muchas familias. Pero he sido testigo de la reacción de visitantes extranjeros al notar su deterioro por parte de los mismos guatemaltecos.

Enseñar a nuestros hijos a cuidar los recursos y el patrimonio no es cosa del otro mundo. Es más, pienso que todo comienza con el sentido común.

«Es importante incentivar al cambio de hábitos y conductas que, aunque parezcan inocentes y divertidas, tienen una alta carga de negatividad. Eso que los guatemaltecos llamamos mañas». – Marcos Antil

La “maña” de hacer lo que otro hizo solo porque me pareció divertido o porque nadie lo amonestó por hacer lo indebido. Es una serie de comportamientos y conductas que se han enraizado por generaciones en nuestra cultura. Nos hemos conformado con justificarlas como cosas de “buenos chapines”, como resignándonos a mantenerlos en el tiempo, cuando bien podemos apostar por ser más educados y respetuosos.

Afortunadamente, las personas tenemos la capacidad de adoptarnos y de aprender nuevos hábitos. De ahí que los padres de familia, maestros y autoridades debemos enfocar nuestros esfuerzos para inculcar otros valores a las nuevas generaciones, enfocadas hacia el cuidado del patrimonio y los recursos que conforman la riqueza cultural y natural de nuestra nación.

No se trata de solo cuidar los vestigios de nuestras raíces culturales, sino de aportar en un mejoramiento de Guatemala, ya que nada de nuestra riqueza patrimonial está aislada de toda nuestra dinámica como país.