La promoción docente e incentivos deben basarse en la profesionalización constante, evaluación y resultados.
Siempre he pensado que después de nuestros padres, hermanos o familiares más cercanos, los maestros sean quizá las personas que más inciden y marcan nuestras vidas. De ahí que la actuación o el desempeño de estos, pueden determinar en buena medida nuestro futuro.
Y es que sencillamente, los maestros son los artesanos del futuro del país. Dado ese rol preponderante de los maestros en nuestra sociedad, pero particularmente en la consecución de los objetivos del sistema educativo de Guatemala, también he sido de la idea de brindarle los méritos necesarios y la dignificación de su persona, trabajo y desempeño.
Dignificar el rol de los maestros contribuye a una mayor motivación. Sin embargo, tal dignificación no se debe promover mediante decretos, acuerdos o pactos, como por años—por no decir décadas, hemos visto.
Lejos de la meritocracia estrictamente dicha, la dignificación y promoción de los maestros, debe basarse en la modernización de la carrera docente y de sus mecanismos de evaluación, selección y contratación; en aumentar los estándares de formación, actualización y profesionalización, que conduzcan al escalonamiento e incentivos.
La formación docente debe responder a las necesidades del mundo actual, a la realidad de la niñez guatemalteca y a la búsqueda de la transformación social. El resultado debe traducirse en mejores oportunidades y el desarrollo humano integral de la niñez, el desarrollo de competencias, fortalecimiento de la identidad y formación de ciudadanía.
Más allá de cumplir 180 días de clases o de lograr que niños ganen con el promedio mínimo—que indudablemente son necesarios, pero no suficientes, la calidad docente debe reflejarse en verdadera vocación de docencia, mejora en conocimientos y desarrollo de aptitudes—competencias de los niños, en su liderazgo, así como su autoestima y forjamiento de valores.
Los maestros, más que por antigüedad, compadrazgo, afinidad política o pactos, deben ganar buenos incentivos en base a méritos, alcance de resultados y logro de metas concretas. Los maestros deben ser el propio ejemplo para los niños.
No puede haber una verdadera dignificación magisterial si no se respeta la dignidad de los niños que asisten a clases confiados en que tendrán un servicio de primera.
Paralelamente, las comunidades deben respaldarlos y acompañar el proceso educativo. Los padres de familia asumir su rol primario de educación y formación de valores de sus hijos. El Estado debe ser garante de la inversión para la cobertura educativa, la construcción y mantenimiento de escuelas y de garantizar las condiciones adecuadas en infraestructura, presupuesto y planificación curricular.
Estoy consciente de las necesidades y la urgencia de atender a los maestros que entregan más allá de sí en las áreas más remotas del país, donde la realidad es distinta y se requiere un tratamiento particular para apoyar su ejercicio docente.
Pero no podemos permitir que la educación de la niñez esté amenazada por el mal desempeño de los maestros o, en el peor de los casos, que la necesidad de estos sea manipulada y usada para fines políticos o intereses particulares, bajo el pretexto de una lucha colectiva de mejores condiciones salariales, sin que exista en contraposición resultados palpables en materia de calidad educativa.
Como podemos ver, la educación de la niñez no se enmarca en cuatro paredes ni es conducida únicamente por el maestro. Es tiempo de que los maestros enseñen a vivir con espíritu de competitividad, innovación y servicio, lejos del acomodo, el conformismo y la indolencia que, lamentablemente caracteriza a ciertos pseudolíderes.