Podemos comenzar el ciclo donde la división y la exclusión no existan.
Después del coronavirus, la vida en Guatemala cambió. El COVID-19 fue un parteaguas en nuestras vidas. Al virus no le importó si eras de la ciudad o del área rural. No vio clases sociales, credo, nacionalidad, ni fronteras. La muerte rondó por nuestras ciudades, comunidades y casas sin miramientos. Acechó a todos por igual. Quienes no sabían cómo se sentía cuando la muerte te veía a los ojos, lo supieron. Fue entonces cuando Guatemala se dio cuenta que, para vencer este mal, debíamos estar unidos.
El gobierno, a diferencia de otros gobiernos que impulsaron paquetes económicos enfocados a empresas que ya tenían el poder económico, impulsó medidas de contención de ayuda para todos. Se dio cuenta de que, para salir victoriosos ante este mal, el plan financiero para mitigar los efectos de la pandemia debía ser para todos. Esta vez todos los empresarios apoyaron el plan que resulto en un progreso equitativo para todos. Guatemala se dio cuenta que la otra mitad del país que había estado abandonada, la que no tenía electricidad ni tenía agua potable; aquellas comunidades donde no había escuelas— también necesitaban herramientas y debían ser parte del mismo equipo.
La única forma de vencer esta pandemia es trabajando en equipo.
Para reactivar la economía del país, fue clave la creación del Ministerio de Turismo. El Ministerio de Desarrollo Social, integrado por una representación equitativa de la diversidad del país, logró coordinar y alcanzar a las comunidades alejadas, donde no había llegado el Estado—especialmente en aquellas donde la última vez que llegó fue con la guerra civil que dejó más de 200 mil muertos. Pero esta vez el ejército logró revertir su papel. La nueva generación de oficiales sabía que para vencer este enemigo en común era necesario trabajar en equipo. En conjunto con sobrevivientes del conflicto armado y un renovado cuadro de exguerrilleros, se sentaron alrededor de la meta de salvar vidas.
Antes de la pandemia, más de tres millones y medio de personas entre seis y 29 años no asistían a clases por falta de establecimientos en sus lugares de residencia, condiciones económicas, falta de maestros y situación de pobreza, según el Censo Nacional de Población Nacional de 2019. Las autoridades del Ministerio de Educación y el liderazgo sindical de maestros, se dieron cuenta que debían anteponer a nuestras hijas e hijos ante cualquier interés y desacuerdo—fue así como llegó la educación de calidad a nuestro país.
El Ministerio de Comunicaciones y el de Finanzas trabajaron para que las oportunidades de desarrollo llegaran a todos. Las torres de comunicaciones convirtieron Internet en la autopista de oportunidades donde todo el país subió y el progreso fluyo para todas las personas. Se habilitó el gobierno electrónico que vino a facilitar que todos se integraran al sistema financiero nacional y global y que pudieran, desde donde se encontraran, vender sus servicios y productos, y al mismo tiempo cobrar por ellos.
Los abuelos mayas junto a la nueva generación, impartieron su sabiduría al mundo entero. La gente ya no vive los desafíos de sobrevivir día a día. Aun así, las personas siguen produciendo su propio alimento y lo comparten con los demás
Fue así como nuestro país dio el salto hacia el primer mundo—todo volvió a florecer.
Centroamérica se convirtió en la región con mayor crecimiento económico en todo el mundo. Las fronteras que se habían cerrado para los países del norte durante la crisis, se abrieron y fluyeron de prosperidad.
¡Despierto! ¡Soñar es gratis—todo es posible! Señor Presidente, su liderazgo es clave para convertir este desafío en una oportunidad para cambiar el país para bien. Que Dios le de sabiduría y lo guíe—el país y la historia le agradecerá y lo juzgará.