Como sociedad, necesitamos asumir el pasado para entender el hoy y saber hacia dónde avanzar.
Nuestras vidas se rigen permanentemente por ciclos. Aunque muchas veces no lo entendamos, esa es la lógica de nuestra existencia y de nuestra interacción con el entorno físico y con la espiritualidad. Cuando logramos dimensionar esta cosmovisión y entender que la vida no es lineal sino cíclica, potenciamos al máximo nuestras posibilidades.
Digo lo anterior a propósito del inicio del nuevo año 2018. Un nuevo ciclo en la cuenta del tiempo que rige nuestras vidas en la actualidad, en todas sus dimensiones. Y es que considero que estamos justo en un momento propicio para hacer un ejercicio personal o colectivo sobre las oportunidades que nos presenta el futuro a la luz del aprendizaje que nos deja el pasado.
Aunque parezca trillada la frase que reza: “conocer el pasado para entender el presente y cambiar el futuro”, no deja de ser una verdad vigente.
Aunque parezca trillada la frase que reza: “conocer el pasado para entender el presente y cambiar el futuro”, no deja de ser una verdad vigente. Todo lo que somos hoy está determinado de una u otra manera por lo que vivimos ayer. Ser capaces de discernir entre lo positivo y lo negativo del pasado nos permitirá proyectarnos de una mejor manera hacia el mañana.
Este es un proceso que se aplica a nivel personal cuando cada fin o principio de año nos trazamos propósitos y metas de corto, mediano y largo plazo, que generalmente tiene que ver con nuestro crecimiento profesional o laboral, así como de nuestro bienestar y estilo de vida.
Pero también es un ejercicio que podemos realizar como sociedad. Debemos ver el comienzo de un nuevo ciclo como la mejor oportunidad para analizar y aceptar nuestros errores del pasado, agarrar fuerzas de lo bueno, para empezar hoy la construcción de un mejor futuro. Es momento de asumir de una vez por todas los grandes errores que frenan la posibilidad de una sociedad cohesionada.
Con todo y lo pesado que pueda resultar nuestro pasado no debe ser excusa para no cargar con él. Quizá lo que nos impide unirnos y tejer caminos conjuntos, todas las personas, clases y culturas que convivimos en Guatemala, sea precisamente el no haber podido o no haber querido asumir nuestro pasado.
Veo que hay una deuda con la memoria histórica, con las personas que han sufrido injusticias o que han estado excluidas del desarrollo. Hasta que no reconozcamos errores como esos será difícil lograr una reconciliación que ayude a sanar viejas heridas. Posiblemente esa es la base que nos hace falta para lograr consensos en la actualidad con respecto a una sociedad sólida, equitativa y para todos, en un futuro no lejano.
El tiempo y su transcurso nos regalan la bondad de los ciclos. No se trata de quedarse estancados en el pasado, tampoco de dar borrón y cuenta nueva y menos aun seguir como estamos. La historia nos ha enseñado que no es tan simple pasar la página pero los ciclos nos sirven para entender cuándo termina uno y se abre otro. Cada nueva apertura significa un abanico de posibilidades.
El tiempo y su transcurso nos regalan la bondad de los ciclos. Cada nueva apertura significa un abanico de posibilidades.
Tampoco puedo obviar que estamos sumidos en un círculo vicioso que va desde la falta de educación hasta el hecho de que la prioridad de la mayoría sigue siendo sobrevivir. Esto ha llevado a ciertos sectores y personas a aprovecharse de las necesidades y valerse de la política, el poder económico, la corrupción y la impunidad para mantener sumida a la población en esas condiciones, lejos de ayudarla a salir.
Simpre he insistido en que la educación sigue siendo la principal herramienta para romper los círculos de pobreza, de exclusión y de impunidad. Ciertamente, se trata de un mecanismo cuyos frutos son de mediano y largo plazo, pero si hoy no lo tomamos como nuestro norte, difícilmente avanzaremos en la senda del cambio social y nacional.