Prensa Libre

Sabiduría ancestral sobre plantas medicinales debería ser patrimonio nacional.

En nuestro país, la sabiduría ancestral sobre medicina natural demuestra que podríamos tratar enfermedades con las plantas que se encuentran en las huertas de casa, en el patio o en nuestras macetas decorativas. Muchas de las plantas medicinales no requieren demasiado espacio y grandes técnicas de cultivo. En las comunidades forman parte de las costumbres culinarias, de los propios cultivos temporales, de las siembras frutales y del paisaje.

Cuando éramos niños y alguno de mis hermanos o yo nos enfermábamos del estómago, mi mamá tomaba de su sembradío de patio un pequeño manojo de hierbabuena y nos daba té que preparaba de la planta. Cuando nos agripábamos, cortaba limones y junto con un poco de manzanilla y canela, preparaba una infusión endulzada con miel, con la cual en poco tiempo estábamos mejor.

De niño, cuando una enfermedad me iba a arrebatar la vida, las plantas medicinales me salvaron.

En lugares remotos—en su mayoría aldeas o caseríos, era común que los niños nos enfermáramos de parásitos y lombrices y para eso estaba el epazote. Ya sea en té o como condimento de los frijoles, servía para curarnos, mientras vivíamos sin acceso a los servicios de salud. Las plantas medicinales, siguen siendo vitales para aliviar enfermedades y salvar vidas. En lo personal, sé de su importancia porque de niño, cuando una enfermedad me iba a arrebatar la vida, fueron las que me salvaron.

Sin embargo, el conocimiento sobre las plantas medicinales se está perdiendo. Esta sabiduría ancestral en Guatemala, principalmente de las comunidades indígenas, se ha heredado entre generaciones por la vía oral. Por eso, recientemente me alegró mucho una publicación del Ministerio de Salud que promovía el uso de varias plantas medicinales para la prevención y tratamiento de los síntomas del COVID-19, en casos leves o en cuarentena domiciliar. En el contexto de la pandemia, donde el sistema de salud es débil, he sabido de muchas comunidades indígenas o lugares remotos que empezaron a propagar el uso de plantas—con fines preventivos—como jengibre, limón, cebolla, ajo, manzanilla y miel para fortalecer el sistema inmune y contrarrestar los síntomas de la enfermedad.

Es un gran paso el hecho de que una institución oficial reconozca el conocimiento ancestral sobre las plantas medicinales, ya que promueve su rescate, su valor y uso complementario con la medicina de farmacias.

Sé que existen esfuerzos, más de entidades internacionales, para rescatar y valorar el conocimiento ancestral en medicina natural.

Y creo que, en Guatemala, la crisis sanitaria que representa el coronavirus nos enseña la necesidad de brindar más empeño y esfuerzos para ello. Ahora que se reconoce el valor de las plantas medicinales, lo que debe seguir con más rigor es lograr la sistematización de los conocimientos y la diligencia de investigación científica para documentar las aplicaciones medicinales de las plantas, su potencial para desarrollar nuevas medicinas y con ello conservar el conocimiento y cosmovisión de nuestros pueblos. Esfuerzos locales deben ser impulsados, por ejemplo, el estudio que realizó el Herbario UVAL y el departamento de Biología de la Universidad del Valle de Guatemala el año pasado, que resultó en la creación de una guía de 91 plantas catalogadas con su uso medicinal tradicional.

El mundo moderno está redescubriendo lo importante que son los productos naturales para la salud, poco a poco se valoran más sobre productos procesados. Por eso es importante rescatar la medicina natural—y proteger a los poseedores de la sabiduría ancestral—a las abuelas y los abuelos mayas, antes que perdamos por completo este inmenso patrimonio que tenemos la dicha de tener.