Prensa Libre

Todos la recordaban y la querían. La semilla que plantó ha dado flores y frutos de amor.

Comienzo a escribir estas líneas a las 6.23 de la mañana del día domingo 13 de marzo de 2016. Veo a mi madre tomar los que podrían ser sus últimos respiros. Esos tumores malignos avanzaron precipitadamente. Pienso en cuánto tengo que agradecerle y cuánto se merece la felicidad eterna del cielo por sus desvelos, sus sonrisas, sus caricias en nuestras cabezas de niños, sus hijos, y cuántas comidas preparadas con sacrificio y cariño.

Gracias, señor, por dejarla unos minutos, unas horas, unos días más junto a nosotros. Le cuesta respirar ya a mamá.

No queremos que se vaya y a la vez queremos que no sufra más. ¡Brotan lágrimas de sus ojos! No llores tú, mamita.

Durante los meses de tu enfermedad hubo tantas ocasiones en que creíamos que no pasarías la noche y allí estabas otra vez al amanecer.

“Cuando tienes a alguien que amas en el cielo, tienes un pedacito de cielo en tu casa… siempre.”

¡Ay, madre mía!, cuánta alegría nos has regalado. ¡Ay, madre mía!, tanta sabiduría nos has impartido. ¡Ay, madre mía!, tanto amor nos has dado que con ello nos has obsequiado un pedacito del cielo acá en la tierra.

¿Te acuerdas, mamá, tantas veces que tomamos el camión para salir del pueblo? ¿Tantas veces que nos subimos a la camioneta para ir a nuestra aldea Cocolá Grande, a Santa Cruz Barillas, a Santa Eulalia? ¡Cuántas horas caminamos por las veredas! Yo lo recuerdo, mamá, y aquí seguirás caminando con nosotros por las veredas de la vida.

Es la 1.57 de la mañana del día lunes 14 de marzo. Van más de 20 horas viendo a mamá en agonía. Repentinamente, Noah, el sobrino de un año, se despierta y comienza a llorar —dormía tranquilamente en la habitación donde la cuidábamos.

Al mismo tiempo, a cuatro mil 300 kilómetros de la ciudad de Los Ángeles, en Huehuetenango, Leito, de dos años, se despierta y llora. Es evidente que ellos presienten que su abuela, quien tanto los ama, está a punto de partir.

Abdías, nuestro hermano más pequeño, había salido un momento de la casa y regresó movido por un fuerte afán interno. Fue en ese momento en que todos, papá, los hermanos y hermanas estábamos juntos al lado de su lecho que mamá Lucin Cuxin tomó su último aliento. Era la 1.58. Todos sentimos el momento en que su espíritu se desprendió de su cuerpo —la manifestación del desprendimiento fue tan profunda y potente que hubo un apagón de luz eléctrica—. Sabíamos que mamá se había ido. Lo hizo de una manera que todos supiéramos que su alma se había librado de todo mal y ahora volaba libremente.

Martes 22 de marzo. Después de trámites y gestiones, el cuerpo de nuestra querida mamita Lucía Cuxin está de vuelta en su amada tierra de Santa Eulalia. Ella quería tanto descansar en el suelo donde trabajó, sufrió, soñó un mejor futuro para nosotros. Era su última voluntad y la estamos cumpliendo. En las montañas llenas de neblina depositamos su cuerpo. Y fue tan sorprendente ver cómo todo el pueblo, que hace tan solo unas semanas visitaba para inaugurar una escuela, se volcó a las calles para acompañar el cortejo. Todos la recordaban y la querían. La semilla que plantó ha dado flores y frutos de amor.