Prensa Libre

Como ciudadanos responsables, no debemos bajar la guardia ante el coronavirus.

En plena escalada de la pandemia, cuando el gobierno dispuso iniciar el proceso de reapertura del país—en medio de la incertidumbre de lo que se puede esperar como “nueva normalidad”, el cuidado para no contagiarse del coronavirus pasa a ser una responsabilidad individual. No se ha podido contener la enfermedad, por lo que es tarea de cada uno cuidar de su propia salud. Contagiarse es —frente a un sistema de salud colapsado— para muchos, una sentencia de muerte. Por si fuera poco, en nuestras calles, además de la criminalidad, ahora también ronda el COVID-19.

La mayoría tendremos que volver a salir para ganarnos la vida. Cada uno es responsable de mantener a su familia y de tener que ganarse el pan diario. Si bien, la tarea de derrotar esta enfermedad es de todos—un buen liderazgo en nuestras instituciones gubernamentales ayudaría mucho.

Es oportuno recordar que—antes de esta pandemia—la mitad de los guatemaltecos ya vivían en la incertidumbre del día a día, donde cada uno sobrevive a su suerte.

La inseguridad acecha, la desnutrición crónica corta vidas en la infancia, la carencia de herramientas para crear oportunidades y la pobreza obligan a migrar lejos de nuestros amigos y familia. La población en lugares remotos ha vivido con la pobreza extrema y no ha tenido acceso al sistema de salud desde siempre. Para muchos, es una realidad que históricamente ha estado ahí. La pandemia vino a revelar un sistema colapsado cuyas consecuencias también se viven en las ciudades.

Es cierto que el coronavirus no discrimina la clase social y afecta igual a pobres y ricos, pero también es verdad que quienes tienen mayor posibilidad de acceder a tratamientos, tienen más probabilidad de superarlo. Temo que la falta de visión coherente de esta reactivación económica, tendrá un precio humano alto. El gobierno no tiene control de su estrategia para evitar el desbordamiento de infecciones y enfrenta un colapso del sistema hospitalario.

Es por eso que como ciudadanos responsables no tenemos que darnos el lujo de bajar la guardia ante el coronavirus. Lo digo porque, por ejemplo, hemos visto aglomeraciones innecesarias y desafíos negligentes a la autoridad para cualquier tipo de pretextos, incluso religiosos. En los primeros cuatro días después del inicio de la reapertura, los accidentes de tránsito se habían duplicado al no haber restricción de movilidad. El primer fin de semana hubo congestionamiento vehicular luego de que cientos de personas intentaron ir a las playas.

Por otra parte, los empresarios debemos apoyar la responsabilidad personal de nuestros trabajadores para evitar contagiarse.

Debemos cuidar a nuestra gente y así abonar a la derrota del COVID-19. Las empresas y empresarios nos debemos a nuestro equipo laboral. Los necesitamos. Son piedra angular de la productividad. Debemos hacer lo que está en nuestras manos para apoyar su sanidad, por ejemplo, mantener en la medida de lo posible el trabajo remoto y, cuando definitivamente sea necesario que las personas vuelvan a sus lugares de trabajo, implementar medidas de distanciamiento social y mantener la suspensión de quienes sean vulnerables.

En la medida que los citadinos y quienes tenemos más posibilidades apoyemos a frenar la expansión del virus ayudamos a minimizar la exposición de las personas que ya de por sí sobreviven sin cobertura del sistema de salud y en pobreza extrema. Por el bien de nuestras familias, a los que nos toque salir a buscar el pan de cada día, usemos mascarillas y practiquemos distanciamiento social para no contagiar y ni contagiarnos. El coronavirus es real y fatal. ¿Para qué acrecentar el riesgo de dejar desamparadas a nuestras familias?