Con toda la autoridad moral de nuestro trabajo honrado, levantemos nuestras voces.
Nuestra prioridad por sobrevivir a la inestabilidad económica no hace que ignoremos la realidad que atraviesa nuestro país, pero sí nos mantiene ocupados mientras que grupos de personas inescrupulosas y malintencionadas buscan seguir cooptando el Estado y así procurar impunidad a sus transas perversas que nos tienen sometidos a la pobreza.
Esos grupos saben que su mayor fortaleza reside en nuestras debilidades: en nuestra lucha diaria por supervivir. Saben que en nuestros pueblos y comunidades estamos más ocupados en ver cómo sobrellevar el día a día, cómo llevar el pan a la mesa—velar por nuestras familias.
Una Guatemala próspera y unida no es útil para un pequeño grupo de poder que se empeñan en mantener viejas prácticas para hacer las cosas.
Saben que estamos atareados en buscar que nuestras hijas e hijos tengan una mejor educación, porque sabemos que la educación es la herramienta más segura para desarrollarnos. Ponen tanta dificultad para lograrlo porque saben que a más educación mayor desarrollo, menos pobreza y como resultado una ciudadanía que tiene tiempo, criterio y voluntad para exigir cuentas claras a sus representantes públicos
Tienen claro que mientras nos tengan divididos y distraídos, con mayor facilidad pueden imponer su agenda y sus intereses, mantener sus privilegios y seguir cooptando el Estado. Su finalidad es que nada cambie, que la mayoría siga en la pobreza y ocupada por sobrevivir ¿Cuánto tiempo más durará esto? Seguro que lo que dure seguir limitados a sobrevivir y sumidos en el silencio.
Pero los que hemos sobrevivido a la carencia y hemos salido de la pobreza—a base de sacrificios, sabemos que cada esfuerzo vale. Aprendimos que, en el espacio que nos toca vivir, debemos optimizar nuestros recursos y ser eficientes para romper los círculos de la pobreza. Sabemos que en cualquier parte del mundo hay adversidades y que no hace falta salir de Guatemala para empezar a luchar por que se cumpla la Ley. Ya no hay tiempo para callar ni esperar.
Debemos esforzarnos para sumarnos y ser parte del diálogo, de propuestas y acciones a favor de un Estado de Derecho. Insistir en que nadie es superior a la ley, más si el ejercicio del poder es sordo a las demandas de la gente.
Atrevernos a romper el silencio, el miedo y la indiferencia es un primer paso. Hagamos el esfuerzo en ir más allá del solo pensar cómo sobrevivir. Exijamos respeto, decencia y coherencia a los funcionarios.
No podemos darnos el lujo de esperar que la solución a nuestros problemas aparezca como por obra de magia o que surja de la bondad de los cooptadores.
Si nos desentendemos de la situación que hoy vive Guatemala, estaremos condenando a nuestros padres, hijas, hijos, nietos—a toda nuestra familia y seres queridos. Los últimos acontecimientos que, desde altas esferas políticas, económicas y fácticas, buscan frenar el combate a la corrupción e impunidad en Guatemala, y alejarnos aún más de la posibilidad de una sociedad incluyente y equitativa, debe darnos valor para hacer ver que la coyuntura que atraviesa nuestra nación, SÍ NOS PREOCUPA y merece que ACTUEMOS—por el bien de nuestra comunidad, de nuestro país y de nuestra familia.
No permitamos que un grupo, por defender sus intereses, se oponga al cambio y eche en tierra lo que con tanto sacrificio y trabajo se ha logrado. Sí, hay que trabajar para sobrevivir, pero también hay que demandar con toda la fuerza de nuestras voces, con toda la autoridad moral de nuestro trabajo honrado, que no queremos seguir en un sistema corrupto y menos regresar a la época oscura, en la cual prevaleció la impunidad, la muerte y el dolor.