Es tiempo de aprobar una Ley de Aguas. Desde la década de 1980 se ha postergado. ¡Ya no más!
La humanidad ya tiene la posibilidad de hacer viajes al espacio. Ya se avizoran viajes a la Luna y a Marte, incluso de turismo. Seguramente, la mayoría de la gente hoy joven—alguna vez en su vida verá florecer esta nueva forma de paseos espaciales. Así también se logran nuevos avances en nanotecnología, en experimentos con protones y la exploración del planeta ha llegado a profundidades antes impensables.
También está la exploración y búsqueda de un planeta similar a la Tierra. Sabemos que para que un planeta nuevo pueda sostener vida, es necesario que tenga aire respirable y sobre todo agua. Pero es irónico que se busque cruzar astrales fronteras, pasar a otras galaxias en busca de lo que en el planeta tierra no valoramos. Según algunos expertos, al ritmo en que estamos destruyendo este activo vital, en el futuro, el agua será la moneda más valiosa—más que cualquier metal—especialmente, aquellos que ahora se cotizan tanto.
«La falta de regulación del agua es un problema serio que afecta a lo urbano y rural». —Marcos Antil
Solo en Guatemala, en las últimas semanas, circula en las redes sociales, la noticia que al menos un río y una laguna, de un tiempo para otro se han secado. Para muchos, quizás pareciera una broma—algún montaje o “meme” que suelen publicarse, pero es real. Los pobladores y los que han visitado estos lugares han sido testigos de la pérdida de estos cuerpos de agua. Pero no solo es eso, sino que también está la contaminación y la tala de árboles.
Es sorprendente que este tipo de noticias no nos sacuden ni nos hacen reaccionar de manera que nos alarmemos, porque supongo, estamos acostumbrados a que no nos faltan ríos, lagunas, lagos y nacimientos de agua. Ello, pese a que cada vez más, las sequías son más prolongadas y en períodos inusuales, y vivimos en carne propia la consecuencia de cómo han afectado cosechas.
En un contexto del cambio climático, estos casos de sequedad de ríos y lagunas, así como la alteración de los ciclos de las épocas de sequía, la desaparición de nacimientos de agua, la contaminación y desvío de los cauces naturales de ríos y la muerte súbita masiva de peces, así como la conflictividad alrededor de proyectos extractivos y comunidades, deberían ser advertencia suficiente para que le pongamos atención a este serio problema.
Ya que no podemos proteger esta fuente de vida, ¿No será acaso hora de que finalmente podamos pensar en una ley de aguas? Especialmente, cuando vemos, por ejemplo, que en Oriente Próximo se observa una relación entre la escasez de agua y el surgimiento de conflictos interestatales desde mediados del siglo XX. Precisamente por esto es por lo que en algunas partes del mundo ya se considera el agua como “el oro azul” o el por qué del sueño galáctico de encontrar otro planeta con agua.
Regresando al planeta tierra y a Guatemala, llevamos décadas escuchando sobre la necesidad de una ley de aguas. Pero los gobiernos y legisladores de turno han postergado su aprobación por años.
Se sabe que existen al menos 12 iniciativas de ley que datan desde principios de la década de 1980 a la fecha, sin que ninguno prospere.
La falta de regulación del agua es un problema serio que afecta a lo urbano y rural. Puede derivar en problemas de escasez, cobertura y costos del agua potable en las ciudades. No permite un correcto manejo de desechos en materia de la industria o la agroindustria.
Por otra parte, el rol de las comunidades y autoridades indígenas en la administración del agua en sus territorios es clave—por lo que es un derecho ancestral que se debe garantizar. En mi humilde opinión, cualquier ley de agua debe ser pensado como un derecho humano—por algo los Mayas consideraban al agua un sistema vivo.