La ciudadanía que rugió en La Plaza en el 2015 está más alerta que entonces.
Estuardo es un hombre de 39 años que vive en la ciudad y es de clase media, aunque desde 1999 puede ejercer su derecho a votar para nombrar a las autoridades de gobierno del país nunca lo ha hecho. Sencillamente, nunca ha sentido interés ni se ha sentido representado, ni confía en que los gobiernos atiendan sus necesidades.
Él es un ejemplo de miles de guatemaltecos que ni porque han sido testigos de siete elecciones democráticas logran confiar en que la política es la vía para ser representados o beneficiados con el servicio público.
«Estamos ante una población cada vez más informada». Marcos Andrés Antil
Por algún tiempo, los amigos de Estuardo intentaron convencerlo a votar y a vivir la época electoral con civismo. Pero hasta ellos pronto se volvieron apáticos al ver decepcionadas sus esperanzas por las promesas de campaña incumplidas y, lo peor, que sus necesidades como ciudadanos nunca fueron tomadas en cuenta en los planes electorales de ningún candidato.
El nivel de decepción de la población, principalmente de la generación entre 18 y 39 años, como Estuardo, se vio reflejado en los meses previos a las elecciones del 2015, en el contexto de las protestas ciudadanas contra la corrupción, donde incluso pedían la suspensión o retraso de las elecciones. Cuando eso no fue posible, hubo un alto nivel de llamado al voto nulo, a pesar de que se sabía que este resultado no era vinculante.
La esperanza es que esto cambie en estas elecciones, pero difícilmente va a variar el número de jóvenes que quedarán fuera del ejercicio de su voto y de la participación política en las elecciones generales de este año. El padrón electoral ya quedó cerrado y muchos de los cargos a elección popular ya están “dados” por los partidos en la forma tradicional, sin criterios de representatividad. Pero la ciudadanía ya cambió y los partidos que en esta contienda no incluyan las necesidades de la juventud en sus planes y que no lo visualicen como un problema de país, difícilmente van a capitalizar el apoyo de esta población.
Lo cierto es que, como Estuardo y sus amigos, miles de ciudadanos que antes no votaban, ni mucho menos participaban, han comenzado a dimensionar la importancia de ser partícipes de las elecciones con espíritu altamente crítico. Esta ciudadanía, que rugió en la plaza en el 2015 está más alerta que entonces. Las elecciones del 2019 son el parteaguas en la vida democrática de Guatemala. Las últimas reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos aún son insuficientes, pero han venido a poner otras reglas en el sistema político. También se señala que los cambios tuvieron dedicatoria, pero la ciudadanía debe ser aún más astuta que los políticos.
No se trata únicamente de captar el voto de una gran población indecisa de participar, sino de tomar en cuenta necesidades desatendidas por años.
Los partidos políticos que este año competirán por el gobierno central y querrán sumar una bancada mayoritaria en el Congreso, aún pueden tomar en serio las necesidades de la población joven o de edad intermedia.
Las elecciones del 2019 serán decisivas para marcar el rumbo de la política. Estamos ante una población cada vez más informada y reflexiva, lo cual obliga a los partidos a replantear su estrategia con sus bases. Ya no se trata de mencionar a los grupos minoritarios en los ofrecimientos de campaña, sino de propiciar su participación formal en la política, de asumir sus necesidades como desafíos nacionales y de replantear su visión de servicio público. De lo contrario, miles de Estuardos sabrán que no votarán por los mismos, los que prometen, mienten e incumplen, para no dañar a Guatemala.