Prensa Libre

El esfuerzo migrante sostiene a Guatemala, pondrá comida y regalos en muchas mesas en esta Navidad.

Arranca diciembre en Guatemala: un tiempo de unión y celebraciones. Las familias se reúnen, las casas se llenan de luces y alegría. Pero aquí, en “El Norte”, la temporada navideña combina esfuerzo y nostalgia. De hecho, las jornadas laborales se alargan, el esfuerzo se redobla. La actividad comercial y productiva se incrementa y demanda más trabajo, que es a la vez oportunidad de tener un poco más de ingresos.

En esas jornadas extendidas decembrinas nuestro mayor anhelo e inspiración es enviar un poco de felicidad a quienes dejamos atrás. No podemos estar con nuestras familias, pero les mandamos el fruto de nuestro sacrificio: el trabajo de nuestras manos, el sudor de nuestras frentes, como un abrazo a la distancia.

La familia es nuestro norte, siempre y para siempre. Por ella nos hemos enfrentado a desiertos, fronteras, políticas que nos deshumanizan y sobre todo, a la soledad. Lo hacemos por nuestros hijos, para que rompan las cadenas de pobreza y necesidad que ataron a generaciones pasadas. Porque cada esfuerzo de hoy es una semilla de esperanza para el mañana. Estamos lejos, pero soñamos con volver. No solo a nuestras raíces, sino a un país que sea mejor, que ya no obligue a su gente a partir para sobrevivir. Y para que ese cambio ocurra, Guatemala necesita que quien la lidere, tenga verdaderamente un don de servicio, que no solo lea historias de sacrificio, sino que las haya vivido. Que sepa lo que duele y se sufre al partir desde los rincones más olvidados de nuestra tierra con tan solo un morral en el hombro, guiado por la esperanza de un futuro mejor.

Un migrante entiende lo que significa dejarlo todo. Conoce las injusticias de la pobreza extrema, las carencias de un sistema roto, la impotencia de ver a los suyos sufrir. Pero también sabe construir desde cero, luchar por cada oportunidad y mantener viva la fe, incluso en los momentos más oscuros. Guatemala necesita conocer más de esa experiencia para romper sus rezagos y erigir un futuro donde nadie tenga que marcharse forzosamente.

En diciembre muchos migrantes guatemaltecos trabajan más, por la intensa demanda laboral en EE. UU.

La migración forzada no es solo una estadística; es una herida que duele en cada familia separada. Revertirla no será tarea fácil ni individual. Se avecinan tiempos inciertos para muchos migrantes en EE. UU., pero necesitamos trabajar juntos, como nación, por una Guatemala donde las oportunidades sean para todos, donde el progreso llegue a cada pueblo. Para los guatemaltecos, el sueño no debe ser el “sueño americano”, por la simple razón de que este requiere un sacrificio de vida y la ruptura de la familia. Y sin familia, todo lo demás no vale. El gran objetivo debe ser el Sueño Guatemalteco: un país con educación moderna, salud, infraestructura digna y oportunidades basadas en la creatividad y los méritos del trabajo honrado. Donde los sacrificios de hoy sean el puente hacia un mejor futuro.

Quizás, al reconocer y honrar el sacrificio migrante, encontremos la clave para nuestra redención como país. Porque el sacrificio migrante florecerá verdaderamente cuando se convierta en la semilla de un cambio real. Y ese cambio puede y debe venir de nosotros mismos. Debemos pasar de ser una Guatemala sufrida a una Guatemala fuerte, digna y llena de esperanza.

En esta Navidad habrá muchas mesas servidas y regalos ganados por el sacrificio migrante. Reconozcamos que los US$21 mil millones de 2024 no solo son un pilar de nuestra economía, sino millones de horas de trabajo, esfuerzo y anhelo de volver a ver a una familia distante. El migrante merece ser reconocido, valorado y honrado, no solo como una cifra económica, sino como el corazón que mantiene viva a Guatemala.

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Marcos Antil
Guatemalteco, maya q’anjoba’l, migrante y emprendedor tecnológico.