Prensa Libre

Una nueva educación y una nueva apuesta económica por el emprendimiento pueden ser los primeros pasos del anhelado desarrollo.

Quiero iniciar compartiendo un concepto de la sabiduría de mis ancestros mayas: el tiempo circular. Su significado es la perpetua renovación y esperanza. Cada ciclo es un nuevo comienzo. Estamos en el inicio del 2023 del calendario gregoriano, pero también viene el año nuevo del calendario maya, el próximo 31 de marzo. Estas etapas son posibilidades de transformación, abren nuevas oportunidades para no repetir la historia.

 El 2023 nos da otro año de elecciones que no deberíamos desperdiciar. Los mismos politiqueros de siempre apelan a emociones, a regalos, a la división y a fingir conmiseración, pero sin ir al fondo, sin ir a las causas de los problemas. La autoconmiseración, es un veneno que hasta puede saber dulce, pero veneno al fin.

No se puede cambiar todo en 4 años, pero sí es urgente un gobierno de transición dispuesto a cambiar modelos fallidos.

En esta tierra milenaria, cuna de la cultura maya, debemos aprovechar este ciclo para generar renovación y liberarla de los malos hijos que solo procuran su beneficio. Al no dejarnos engañar por promesas repetidas, sino por el carácter y el historial de servicio de los aspirantes generamos nuevos caminos. A Guatemala le urge un gobierno de transición para sentar los cimientos de una transformación. En 4 años no se puede cambiar todo el sistema de salud ni la infraestructura vial ni todo el sistema educativo público, ni la pobreza, la migración forzada, los conflictos sociales o la desnutrición infantil. Pero sí se puede comenzar a hacer cambios vitales desde ya. Se debe empezar por dos ítems vitales: Educación y economía.

Transformar el sistema educativo es la opción más asertiva para un desarrollo integral. Ello implica una nueva visión del aprendizaje y un presupuesto bien ejecutado para darle la oportunidad a la niñez y juventud de contar con herramientas modernas. Implica empoderar, reconocer y dignificar a los maestros. Por ejemplo, el programa de escuelas abiertas se podría expandir para darle la oportunidad a maestros de crecer personal y profesionalmente o encontrar nuevas pasiones en carreras que antes no podían aspirar. Es la única forma de asegurarnos la docencia por convicción y no por ser el único trabajo disponible. Quienes no tienen el don de enseñar, realizan acciones absurdas como la de hacer ‘ganar’ el grado a todos los estudiantes por medio de decretos. La actual administración lo hizo así para ocultar su fracaso. Contraproducente: es como poner un curita a una profunda herida.

El otro gran desafío es el combate a la pobreza. Guatemala tiene el ingrediente clave para resolver este reto. En Latinoamérica tenemos el mayor índice de emprendimiento: personas que comienzan un negocio físico o en línea, o un taller artesanal para ganarse la vida. Quienes sabemos crear empleos estamos conscientes de que se necesita de inversión para crecer. Y es aquí donde la mayoría de los emprendimientos se estancan ya que no hay acceso a capital con intereses favorables. Un Estado responsable puede crear programas de asesoría, identificar mercados potenciales y optimizar productos, no solo dentro sino fuera del país. Ya existen modelos exitosos, por ejemplo, ScaleUp liderada por Fundesa o el micro financiamiento de Genesis Empresarial. Reproducir estos planes a nivel de Estado podría transformar la economía local y nacional. Si se acompaña a 250 mil emprendedores, cada uno con un capital de Q5 a Q10 mil a bajo interés, cada uno podría generar hasta 4 nuevos empleos: más de un millón en conjunto.

Cada año nuevo es una nueva esperanza. Una oportunidad para construir juntos el sueño guatemalteco que inicia con transformar el sistema educativo y productivo: acciones concretas que deben comenzar cuanto antes para abrir un ciclo de progreso para el país.