Prensa Libre

Una aldea estancada en el tiempo y en el olvido.

Después de casi 30 años volví a Cocolá Grande, la aldea donde pasé parte de mi infancia, en Santa Eulalia, Huehuetenango, a unos 500 kilómetros de la capital. Volver a recorrer sus onduladas veredas a la sombra de cafetales y surcos de cardamomo; subir los cerros entre maizales, me transportó 27 años atrás.

En 1988, llegar hasta la aldea era una odisea. El recorrido desde Santa Eulalia a Santa Cruz Barillas en camioneta era de cuatro horas en un camino de terracería, polvoriento y lleno de baches. De Barillas se seguía en pick ups 4×4, siempre sobrecargados, en un trayecto de tres horas. En el punto hasta donde llegaban los carros descansábamos un poco porque la última parte del camino solo se podía hacer a pie. Eran unos 12 kilómetros en subida que nos llevaba hasta tres horas recorrer.

«Al regresar por primera vez en tantos años me sorprenden algunos cambios, pero también tengo la sensación de que Cocolá quedó estancada en el tiempo y el progreso no avanza al ritmo que debería.» —Marcos Antil.

El acceso a Cocolá siempre es por Barillas, pero ahora se puede llegar en cuatro horas desde la cabecera. La carretera de terracería llega hasta la aldea, aunque todavía solo es transitable en vehículos doble tracción.

Mientras platicaba con los vecinos, me preguntaba por qué Cocolá sigue en subdesarrollo y en el olvido. Todos coinciden en el desinterés de los políticos y gobernantes. Con alrededor de 100 familias, Cocolá no es un atractivo electoral. Casi la mitad de sus habitantes en edad de votar están empadronados en Santa Cruz Barillas y no en en Santa Eulalia, municipio al que pertenece.

Eso explica la desatención por años de las necesidades de la comunidad y por qué, por ejemplo, un servicio básico como la electricidad aún no llega.

Ciertamente algunas familias muestran mejoría en su calidad de vida. Varias tienen casas de block en lugar de madera. Otras cuentan con paneles solares para generar electricidad y la mayoría utiliza estufas de planchas en la cocina y ya no fogon.

Sin embargo, estas mejoras no han sido apoyadas desde el Estado; son frutos del trabajo propio, principalmente de quienes han emigrado “al norte”. La producción de cardamomo, café, maíz y frijol no les sirve más que para sobrevivir.

Cocolá podría estar mejor. Y es que este lugar tiene potencial en otras áreas productivas y de generación de ingresos, principalmente en ecoturismo comunitario: un paisaje hermoso, ríos transparentes, un clima templado que cautivaría a cualquier visitante extranjero. Pero ninguna autoridad ha tenido la visión de apoyar a la aldea para intentarlo.

«Esta vez, la gente está más esperanzada en un comité cívico que promueve a una mujer indígena.» —Marcos Antil.

La situación de Cocolá me lleva a pensar en las aldeas circunvecinas, donde el acceso incluso es más difícil. Y como éstas, hay cientos de comunidades en el país en similares condiciones o incluso peores.

En la actualidad, seis partidos postulan candidatos a alcalde de Santa Eulalia, incluyendo al actual que lleva tres períodos en el cargo; solo una agrupación tiene presencia en la aldea.

Esta vez, la gente está más esperanzada en un comité cívico que promueve a una mujer indígena; mientras tanto, Cocolá sigue en un sueño desde hace 30 años.