El efecto que tiene generalizar a otras personas en cada uno de nosotros, si no tomamos conciencia.
Cuando era niño recuerdo que hubo un tiempo, sobre todo cuando la guerra interna comenzaba a intensificarse, en Santa Eulalia, Huehuetenango, se generalizó un rumor sobre personas extrañas que robaban niños para extraerles sus órganos, o que decapitaban a solitarios caminantes de los agrestes caminos. Les decían los “quitacabezas”.
Nadie sabía a ciencia cierta las características de esos supuestos personajes como tampoco había certeza de su existencia real. Pero la primera referencia que se había instalado en nuestra mente a partir de los relatos es la de cualquier forastero, en especial aquellos blancos y altos —gringos—.
«El único Estado estable es aquel en que todos los ciudadanos son iguales ante la ley.» -Aristóteles.
Ante estos extraños, toda la población vivía atemorizada y en zozobra. En el ambiente reinaba la desconfianza, al extremo de que cuando se veía a algún foráneo llegar al pueblo, todos, principalmente los niños, nos encerrábamos en casa. Lo más que alcanzábamos a ver era a través de las rendijas.
Más allá de la veracidad de las historias surgidas alrededor de estos rumores o el origen y el propósito real que estuvo detrás de estas, la lección de estos acontecimientos es que desde el miedo, pasando por la desinformación, hasta los prejuicios y estereotipos tienden a crear en nosotros generalizaciones con relación a “los otros”, que con el tiempo se reproducen y arraigan, casi siempre con efectos negativos.
El peor de los efectos negativos del resultado de estas configuraciones mentales de la sociedad es que se convierten en justificaciones de un sistema de pensamientos y concepciones preconcebidas hacia determinados grupos o para mantener esquemas sociales de dominación.
Cuando tomamos conciencia de la situación, viene lo positivo y es el reconocer la existencia del problema y en la medida que nos informemos, eduquemos y comprometemos, podremos actuar para el cambio.
Por ejemplo, recientemente se dio el caso denunciado por la gobernadora de Alta Verapaz, Estela Ventura, por actos de discriminación sufridos por parte de diputados, durante una citación en el Congreso.
Los funcionarios públicos tienen una gran responsabilidad ante la sociedad. Si ellos tratan de esa manera a otras personas y no se les aplica la justicia como debe ser, corremos el riesgo de que el resto de la población imita ese comportamiento, como si fuera normal. Como también se convierte en una norma, a causa del actuar de algunos, que los políticos se vean como discriminadores.
Es de notar que en casos como este que menciono, la población más afectada es aquella que es humilde —especialmente en las ciudades—. Por el contrario, no podemos obviar que otra consecuencia de la generalización y los prejuicios se da cuando un extraño llega a una aldea o, por ejemplo, a EE. UU., Europa, etc., donde por el idioma u otras razones esta persona también experimenta marginación, precisamente por la falsa percepción de que uno es mejor que el otro.
Desde mi punto de vista, más allá de quedarnos en la discusión de si hay o no discriminación, enfocarnos en cómo podemos erradicar el problema. Si es a través de leyes, busquemos que se promulguen. Que si es a través de campañas de concientización, apoyemoslas.
Sin embargo, todos debemos entender que todos los seres humanos somos iguales y cualquier otro aire de superioridad o menosprecio hacia los demás, solo es una muestra de ignorancia y necedad.