El bicentenario debe ser un parteaguas para repensar el país que queremos.
Hace 200 años, con la firma de un acta el 15 de septiembre de 1821, se cristalizaba el acontecimiento histórico de la Independencia de Guatemala. Las consecuencias de esa firma se han materializado desde ese día hasta la actualidad. Y desde esa actualidad, desde ese hoy, quiero proponer que el bicentenario de la Independencia sea un parteaguas, el eje que guíe un nuevo pacto social sustentado en el diálogo, en la convivencia democrática, en la auténtica representación de nuestra diversidad e inclusión de todos los pueblos en el Estado Nación y en la transformación de las estructuras económicas, políticas e ideológicas para alcanzar el bien común.
Durante décadas se ha intentado mitificar la Independencia ante la necesidad de crear un elemento unificador en nuestra sociedad y se ha usado el bicentenario como excusa para construir un discurso de euforia esporádica. Pero más allá de festividades folklorizantes, esta fecha es oportuna para conmemorar la historia de manera crítica y no necesariamente para celebrar.
Más allá de festividades folklorizantes, esta fecha es oportuna para conmemorar la historia de manera crítica.
Con esto, lo que quiero decir es que podemos hacer de ese hito un punto de inflexión para plantearnos el país que queremos ser. La gran ventaja es que ya tenemos una patria, Guatemala, herida y que añora transformarse. Esa nación criolla que nació hace dos siglos y que hoy aún organiza nuestra sociedad, no es para todos, mucho menos para los pueblos originarios y por eso que hoy vemos un país de muchas desigualdades y tantas inequidades. Guatemala es un país sufrido—pero, aun así, su gente es capaz de grandes posibilidades. Es evidente que en dos siglos no ha habido liderazgo que vea ese potencial.
Es por eso por lo que lejos de únicamente oponernos a su celebración, debemos verlo como una gran oportunidad para abrir el diálogo hacia un nuevo pacto social, pues para cambiar nuestra realidad, primero debemos cambiar nuestro actuar.
Es innegable que las motivaciones de aquella independencia tenían un toque elitista para satisfacer intereses y conservar privilegios de pocos y cuyas consecuencias siguen vigentes encarnadas en la corrupción e impunidad imperante en el corazón del Estado. Las grandes desigualdades vienen desde allá. Pero es un pasado que no podemos cambiar. Lo que sí podemos hacer es ver este hito como una gran oportunidad, porque es algo que podemos cambiar. Es una invitación a aprender de nuestro pasado, trabajar para hacer las cosas de manera diferente y así construir el Sueño Guatemalteco de un país próspero para todos, nutrido de desarrollo humano integral, libre de migración forzada, violencia criminal y corrupción. Podemos sentar las bases de un país moderno e innovador, atractivo para las inversiones más importantes, limpias y respetuosas del mundo. Necesitamos jóvenes visionarios que lideren esa transformación.
Repensar la República es el primer paso para construir un elemento unificador, representativo y pertinente. Una patria se ama y se lucha por ella en la medida que nos pertenezca.
Los nuevos líderes deben propiciar el diálogo hacia un nuevo pacto social.
Por eso, los nuevos líderes deben crear (donde no hay) o identificar puentes que nos conecten para dialogar y trazar la ruta que nos conduzca hacia el crecimiento económico y la mejora de indicadores de desarrollo humano, a reducir los índices de pobreza y de desnutrición; fortalecer la educación, combatir el crimen y la impunidad; a borrar el racismo, la exclusión y la discriminación.
Los grandes cambios no suceden de la noche a la mañana. Es un proceso de sanación que se logrará con el curso de los años y en la medida que veamos el fruto de nuestros esfuerzos conjuntos y decididos por construir el país que queremos. Lo importante es empezar ya, asumir nuestra tarea. ¡El cambio es ahora o no lo será!