Prensa Libre

La fuerza que hará posible la transformación de Guatemala vendrá de las comunidades.

Para lograr un Estado que beneficie a toda la ciudadanía, la transformación de Guatemala deberá venir desde adentro para afuera, desde las aldeas hasta las ciudades. Es la única manera de visibilizar los invisibles, es la manera más asertiva para apostarle a toda la niñez del país, la ruta para derrotar de una vez por todas la desnutrición crónica. Es el camino para cambiar el orden político, para derrocar la corrupción e impunidad, garantizar la justicia pronta y lograr el progreso equitativo.

De ahí que es la contundente voz del área rural, la más abandonada, la que hoy está liderando el despertar de Guatemala. La lección que nos deja la gran movilización ciudadana que comenzó el jueves pasado (29 de julio), es que la fuerza que hará posible la transformación que requiere Guatemala viene de las comunidades rurales, de los pueblos indígenas y de las juventudes, y se expandirá a las cabeceras y ciudades.

En nuestro país no habrá cambio posible si como seguimos dejando en el olvido a las grandes mayorías.

El Estado, su institucionalidad y sus políticas deben enfocarse en crear equidad y progreso. Solo así lograremos un Guatemala soñada que se nutre de desarrollo humano integral y que evita la migración forzada. Por eso, ante la profundización de la crisis política, la falta de liderazgo, las decisiones egoístas de poder, la cooptación de las cortes y el deterioro de las aspiraciones de bienestar común, la transformación de Guatemala deberá surgir desde el área rural. Deberá surgir de liderazgos visionarios, capaces de entender lo que es despertar con hambre—pero también que entiendan los riesgos y la dificultad de invertir. El país necesita líderes que sepan atraer inversiones que promuevan sostenibilidad—prosperidad, sin crear división o destruir nuestra biodiversidad.

Como lo vimos en los últimos días, la fuerza conductora de la movilización vino desde el campo hacia la ciudad. Estas acciones confirman que existe una gran capacidad de articulación de las diferentes expresiones populares y de liderazgo desde las comunidades, marcado principalmente por el sentido de servicio y de autoridad delegada por la experiencia y el trabajo demostrado.

Ver el jueves pasado el momento en que la caminata de las autoridades ancestrales de Chuarrancho confluir con la de estudiantes universitarios para enfilar juntos hacia el centro de la ciudad, deja claro lo obsoleto del discurso dicotómico y del supuesto interés ideológico de la protesta ciudadana. Simplemente se trata de recuperar nuestra democracia y de la capacidad articuladora de la demanda ciudadana por una institucionalidad pública libre de corrupción.

La corrupción y la impunidad golpean directo al corazón de nuestras familias, destroza nuestro presente y trunca el futuro a nuestras hijas e hijos. Asimismo, le abre camino al crimen organizado que hace de nuestras calles y ciudades semilleros de violencia y muerte.

Necesitamos un Estado con políticas enfocadas en crear progreso y desarrollo humano equitativo.

Los privilegiados debemos agradecer que existan personas que defiendan nuestra democracia. Más allá de limitar el derecho de locomoción, se trata de defender los derechos colectivos o, por ejemplo, lograr que en vez tener que llevar a nuestras familias a vacunarse a otro país, poder hacerlo aquí.

Las movilizaciones ciudadanas hacen escuchar las voces que nunca han sido escuchadas. Si no luchamos por una verdadera democracia, donde exista equidad y desarrollo humano integral, Guatemala seguirá sometida a un progreso que depende de sangre, muerte y rompimiento familiar causada por la migración forzada.

La Guatemala olvidada ha subido a la escena y no hay marcha atrás.