Prensa Libre

Quienes superamos la pobreza debemos encabezar cambios a favor de los más excluidos.

El objetivo de una sociedad organizada en un Estado democrático es garantizar que sus ciudadanos tengan las oportunidades para una vida digna, que les permita su desarrollo integral a nivel personal y colectivo.

Guatemala lleva 38 años de vivir bajo un régimen democrático, con elecciones presidenciales y legislativas, un ciclo que está por arrancar a comienzos del 2019. Sin embargo, más de la mitad de los guatemaltecos viven en pobreza y pobreza extrema. Durante muchos años, solo Haití superó a Guatemala en desnutrición, pero ahora nuestro país, con toda su riqueza, con toda su producción y con toda su democracia, hoy es el último de Latinoamérica en este campo. Es alto el porcentaje de la población que cada día se debate entre la precariedad y la sobrevivencia: un sector de población que a diario sortea la muerte, la incertidumbre y la desatención de un Estado.

Lo admirable es que dentro de esa lucha adversa, las personas en pobreza mantienen la esperanza, el espíritu de trabajo y perseverancia. Están luchando y están optimizando cualquier oportunidad de superación.

Sin ánimos de romantizar la pobreza, sino más bien desde la experiencia propia, puedo dar testimonio que quienes venimos de esos extremos de exclusión, siempre logramos superar la barrera y nuestra tenacidad sobresale donde sea.

Haber logrado romper los muros de la pobreza a base de identificar una oportunidad y realizarla con trabajo, perseverancia y esfuerzo en soluciones disruptivas nos hace casi inmunes a todo lo que venga después. Hacer las cosas de la mejor manera posible, bajo cualquier circunstancia, nos ayuda a superar las peores condiciones de vida y de supervivencia. Lejos de ser conformistas, vamos siempre en busca de nuevos horizontes para florecer, incluso en el desierto.

El instinto de supervivencia, forjado en el fuego de las adversidades y atrasos estructurales, se convierte en una fortaleza. No soy el único que ha conseguido lograr un desarrollo personal, laboral y profesional pese una circunstancia adversa.  Pero es ahí donde entra el componente ético: nuestro agradecimiento por salir de la pobreza debe reflejarse en nuestras acciones; nuestra obligación es ayudar a otros a superar el abandono y la exclusión. Por ejemplo, donde no hay educación debemos llevarla, donde no hay electricidad, hacer que llegue o donde no hay fuentes de trabajo ayudar a capacitar, generar o a emprender.

Quizá no todos logremos despegar de la misma forma en medio de la carencia, pero quienes lo logramos, debemos impulsar la modernización ética del sector privado para poder responder a la necesidad de desarrollar talento, de enfocarnos en el desarrollo de habilidades y productividad de las personas.

El capital humano, el talento y el hambre de superación existen en Guatemala. Es por eso que los gobiernos no están para sostener controversias ideológicas rebasadas, los gobiernos no están para beneficiar al grupo de turno, los Congresos no están para conferir impunidad a 158 personas: los gobiernos están allí para propiciar un mejor clima de negocios, para brindar certeza y reglas del juego claras, para ejecutar infraestructura con transparencia, para brindar salud y educación de calidad, para inspirar una ruta nacional de oportunidades sin exclusión.

La institucionalidad del país debe ser un conjunto de leyes en interacción con un Estado manejado por personas conscientes, íntegras y eficientes. Solo así todos podemos lograr una vida digna. Lo demás, son discursos de los cuales ya se han oído bastantes.