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Guatemala está urgida de un nuevo pacto social, basado en la justicia y el consenso, pero también en la competitividad nacional.

Lograr un consenso amplio de los guatemaltecos para sacar adelante al país, es una posibilidad y una oportunidad de la que estoy convencido. Tenemos las capacidades y el potencial para superar nuestras diferencias, ceder un poco en nuestras perspectivas sectoriales y avanzar hacia una nación integral.

Tres décadas de democracia y 21 años de la firma de la Paz, deberían ser suficientes para que hoy Guatemala florezca y avance, pero nos lastran viejos problemas.

Tres décadas de democracia y 21 años de la firma de la Paz, deberían ser suficientes para que hoy Guatemala florezca y avance, pero nos lastran viejos problemas.

Claro que no es algo fácil, sobre todo si aún hay heridas abiertas de ese pasado reciente. A quienes padecimos la guerra interna no se nos puede pedir olvidar el pasado y aceptar un borrón y cuenta nueva, sabiendo que quienes perpetraron el conflicto y son responsables de nuestros muertos gozan de libertad y de bienes producto de tales sucesos. Tampoco podemos pretender que la tragedia se convierta en un caballo de batalla política que solo explote la polarización.

No podemos pedirle a la mitad de Guatemala que viva con un fuego que los quema. Quizá en algún momento se esperó que el tiempo apagase las llamas del pasado en vez de contribuir a extinguirlo mediante educación, desarrollo y reconstrucción de las culturas locales.

Mientras más nos tardamos en superar las sombras del conflicto, la desconfianza entre nosotros crecerá, las llagas del pasado solo se profundizarán y otros países aprovecharán la coyuntura.

Pero, ¿cómo lograrlo con un pueblo que lucha por sobrevivir en el día a día? ¿Cómo recuperar esa confianza cuando todavía prima la marginación, cuando el hambre prevalece a pesar de tanta tierra fértil? ¿Cómo emprender camino a un nuevo horizonte, cuando se carece de todo?

Voltear la página de la guerra es necesario, pero solo es posible si con transparencia y sin rencillas políticas, ni clientelismo, se busca eliminar las raíces que llevaron a aquella división. Se trata de lograr una sociedad incluyente, equitativa y justa, donde no exista una brecha tan enorme entre quienes más tienen mientras el resto del pueblo viva dividido y prácticamente en una economía de subsistencia.

De ahí que es vital, hoy más que nunca, lograr consensos. Debemos apostar por un encuentro social amplio y diverso, por el respeto de nuestras diferencias y de los derechos humanos de todos. Debemos lograr que la justicia sea equitativa, lo que significa que alcance a quienes la han corrompido y a quienes cometieron abusos de poder en el pasado.

¿Es mucho lo que pedimos? Quizá parezca que sí, pero es lo mínimo que podemos hacer como sociedad si queremos despegar.

¿Es mucho lo que pedimos? Quizá parezca que sí, pero es lo mínimo que podemos hacer como sociedad si queremos despegar.

Los de la generación X ya pusimos nuestros muertos, que aún aguardan justicia. Los millennials vivimos estancados en esa historia de heridas y si hoy no nos detenemos para sanarlas, estaremos heredando a la generación Z un futuro incierto. Vienen nuevas generaciones y sería una vergüenza heredarles un país polarizado, expoliado y sin rumbo. Hace poco se hablaba de un deleznable pacto de corruptos –una vergonzosa referencia de los niveles a los que puede llegar el sectarismo. Contrapongámosle un pacto de decencia, de honradez, de transparencia.

Precisamente ese es, entre otros, nuestro norte en los diálogos de La Cantina. Queremos servir de puente para cerrar brechas, apagar fuegos y cicatrizar heridas. Nuestra diversidad es un tesoro, hace la fuerza y nos empuja a buscar y proponer formas alternas para atender las necesidades de Guatemala y lograr así encaminarnos en la senda del desarrollo.